OPINIÓN

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La gratitud ante la tarea ingrata



De todas las funciones que desempeñé, sin dudas la que más me marcó fue la de recaudar impuestos. Allí arrancamos prácticamente de la nada, pero con valores muy claros: el esfuerzo, la capacidad, la honestidad, el trabajo en conjunto, las ganas de progresar, la confianza. Y como el tiempo ha pasado, hoy puedo contarles la otra punta de la historia, es decir, a qué llegamos, qué resultados obtuvimos. Básicamente, quiero repasar la siguiente secuencia, determinante en la tarea de emprender, desde mi experiencia personal: ideas+ganas primero; esfuerzo+trabajo después; satisfacción por el resultado.

Ser recaudador de impuestos es ir contra la naturaleza humana. Cada uno piensa que lo que tiene es de él y solo de él. En mi época había una canción de Moris, Pato trabaja en una carnicería, que decía “lo mío es mío y lo tuyo es mío”. Pero en realidad, si un empresario gana mucho dinero, lo será por su talento y esfuerzo, pero también porque hay una infraestructura, una macroeconomía, que lo permite, y por otro lado por un equipo que también ha sido educado y cuya sinergia le ha permitido generar su riqueza.

O sea, los impuestos permiten, si son bien empleados, generar riqueza. Todo vuelve. Y aquí hay tres elementos. Uno, crear impuestos que favorezcan al crecimiento, a la igualdad social y a la inclusión. Segundo, una cuestión instrumental: cobrarlos, evitar la evasión, que es un acto de desigualdad. Muchas veces se dice que en Argentina la presión tributaria es excesiva: créanme que está acorde a los niveles mundiales, lo que sucede es que fallamos en la tarea de cobrarlos. Tercero, gastarlos bien, básico. El que evade y no es castigado de algún modo está robando plata al que paga sus impuestos. Él va a tener más plata, y va a utilizar la infraestructura que pagó el que estuvo en regla con los impuestos.

Desde ya que un estado que gasta mal los impuestos, y cobra impuestos regresivos, pasa a ser un estado que en vez de ser Robin Hood, pasa a ser Hood Robin, le saca a los pobres para dárselos a los ricos. Pero el instrumento privilegiado para conseguir el trono la noble igualdad, para conseguir que el crecimiento se transforme en desarrollo, es a través de los impuestos. Eso fue lo que nosotros entendimos a la perfección, y lo que nos permitió diseñar y llevar a cabo nuestro plan de trabajo. Y por eso, más que remordimiento hubo siempre orgullo para mí en ser tildado de recaudador eficaz. La prueba la tengo en el cariño y la simpatía que me manifiestan por la calle. Y entiendo que no es masoquismo. Es como si los contribuyentes me dijeran gracias a ayudarme a ser un buen ciudadano, gracias a ayudarme a comprender para qué sirven los impuestos.

Fundamentalmente, creo que me agradecen el esfuerzo y el trabajo, y haber sido implacable con los evasores ricos. Llegaron a encerrarse por horas dentro de un auto de altísima gama que debía patentes para que no se lo incauten. Llegaron a hacer presentaciones judiciales para no pagar lo que les correspondía. Me amenazaron. Anécdotas hay miles, muchas muy graciosas. Pero lo cierto es que una gran mayoría me ha apoyado. Ese es el resultado, eso es lo que me queda, lo que generamos, al margen de cualquier número de recaudación que permita evaluar la gestión.

Lo importante también es que armé el mejor equipo del país para ser eficiente. Y doté a mi oficina de los medios técnicos más sofisticados. El Estado puede ser tan o más eficiente que una empresa privada. Y en todo caso, para ganar la lucha uno debe ser siempre mejor, más capacitado. Pero fundamentalmente tiene que tener al BIEN de su lado. Tiene que tener legitimidad. Y nosotros la logramos con mucho esfuerzo, trabajo y dedicación.

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